RAUM - ZEIT y el Laboratorio de escrituras sobre lo efímero



RAUM - ZEIT
Dirección artística, concepto, interpretación y escenografía: Tobias Piero Dohm
Diseño de sonido: Fabian Laute
Diseño de iluminación: Fabian Bleish
PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá (11/10/2025)


 

Escribir sobre danza, caleidoscopio de voces


Escribir sobre danza es escribir sobre una forma de vida que espera que la reconozcamos como posible interlocutora. Así es el arte, no solo expresión, sino comunicación completa. En uno de los lados, quien emite el mensaje lanzado al mar de la escena, y en el otro, tantos espectadores activos como estén dispuestos a escuchar esa voz y a dialogar con ella. No hay solo una forma posible de acercamiento para este instante de comunión, pero tampoco vale cualquier forma, obligados como estamos a escuchar y a responder de acuerdo con lo que se nos ha preguntado.

En buena medida, el taller de escritura sobre danza ha consistido en esto: en asumir que escribir con honestidad –tan parcialmente como exija el momento, y con las cartas puestas boca arriba encima de la mesa, sin trampa– puede limitarse en ocasiones a expresar con precisión nuestras perplejidades o nuestras pasiones. Con «precisión», esta es la palabra, porque no cabe todo en una obra; pero partiendo siempre de lo que ha ocurrido EN ella y de lo que nos ha ocurrido CON ella, podemos y debemos dar rienda suelta a lo que la obra activa de cada uno de nuestros bagajes. Nuestra lectura se ve obligada a ser plausible, creíble, coherente, lógica, verosímil, formalmente correcta, claro, interesante y tensa incluso, pues es una lectura subjetiva, aunque con los excesos gratuitos de dicha subjetividad limitados por la objetividad de los datos y la coherencia de la argumentación. El juego es este, y ya sabemos que todo juego tiene sus reglas. Sin ellas no hay diversión.

Lo dijo Fernando Pessoa, por ello multiplicado en sus heterónimos: «solo hay dos formas de tener razón: callar o contradecirse». Si uno no está dispuesto a callar, obligado está a asumir la multiplicidad de miradas e interpretaciones. Por eso me gusta dar talleres o hacer revistas y publicaciones colectivas, porque uno siempre es mucho más inteligente sumado a este cuerpo de colaboraciones, con la riqueza de trayectorias vitales que sumamos a la pieza. El pensamiento es dialéctico. Y el teorema-poema resultante hay que pulirlo, aunque no limitarlo. Tres siglos antes que Pessoa, Pascal lo complementó al afirmar en uno de sus pensamientos que en lo que uno puede llegar a decir nunca «nada es nuevo, pero el orden es mío». Y, evidentemente, en este orden personal sí hay algo nuevo: un aporte, nuestro aporte, el suyo, si se nos suma.

En cada una de las vueltas y revueltas que hemos dado en torno a Raum-Zeit, está la obra de Tobias Piero Dohm, y también un cachito de cada uno de nosotros, y, muy probablemente, algo de ustedes. Esto queremos transmitirles: que la única forma de disfrutar de una pieza no es obligatoriamente comunicando DE la obra –no todo el mundo quiere contar(se)–, sino comunicándose CON la obra.

He aquí algunos intentos, porciones de un mismo pastel, formas provisionales de asedio a una verdad que apenas entrevemos parcialmente, distintas perspectivas, miradas personales, desde cada cual para cada quien. La cena ya la tuvieron la noche del sábado 11 de octubre en el espacio Xielo con la pieza Raum-Zeit. Aquí va el postre.



Joaquim Noguero




Cuerpos de arena: poética brillante de Raum-Zeit



Mar Alzamora

Cuando llegamos a Xielo en la noche del viernes, entramos en un espacio a oscuras con esferas blancas suspendidas como partículas en una gravedad frágil. Así inicia Raum-Zeit del artista alemán Tobias Piero Dohm, presentada en PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá; una instalación inmersiva que fragmenta la noción de espacio y tiempo. Durante cuarenta minutos, la materia deja de ser objeto para convertirse en presencia viva. ¿Podríamos escapar del tiempo si nos volviéramos arena?

La arena, aquello pulverizado por el tiempo, es el centro de la obra. Cae desde las esferas y, bajo frecuencias casi imperceptibles, se transforma en puente entre lo visible y lo invisible. El artista parece no dominarla, pero la escucha y se convierte en ella. A medida que pasa el tiempo, la arena se vuelve tiempo encarnado. En ese estado intermedio, entre movimiento y quietud, surge la duda: si fuéramos arena, ¿cómo participaríamos de ese pulso vibrante que sostiene al mundo? En esta pregunta habita la poesía de la instalación: el instante fugaz que se multiplica, la materia que revela que todo cuerpo es polvo en movimiento.

El exquisito diseño sonoro de Fabian Laute, basado en síntesis modular, crea un tejido invisible que une aire y materia. Las frecuencias graves hacen temblar el suelo, mientras los armónicos siguen los rastros que deja la arena en la oscuridad. La luz, como tercer elemento, se funde con el sonido en una coreografía sensual que acaricia las esferas y sostiene a la arena al caer como cataratas oníricas.

En este cruce entre arena, sonido y luz emerge una ecología vibrante que dialoga con el vitalismo de la filósofa estadounidense Jane Bennet. Ella sostiene que la materia no es una sustancia pasiva, sino «un tejido de vitalidades en interacción» que configura al mundo. La instalación parece materializar esa idea: incluso la materia más quieta manifiesta una forma de agencia sutil, una energía que impulsa su propio modo de existir.

Raum-Zeit no representa la materia, la erotiza. Nos invita a sentir la vida que, al igual que la arena, nunca deja de moverse. Nos recuerda que todo cuerpo (humano, animal o mineral) interactúa, desea y vibra.

Cómo detener el tiempo y hacer girar el mundo


Esther M. Arjona

La sala en penumbras anuncia el inicio de la obra. Una luz cenital ilumina directamente una bola que pende de un hilo y que ha comenzado a moverse de forma pendular gracias al impulso que le ha dado Tobias Piero Dohm, intérprete de Raum-Zeit (espacio, tiempo); obra que se presentó el sábado 11 de octubre en Xielo, Parque Lefevre, en el marco de PRISMA-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá.

El sonido hecho con sintetizadores marca un pulso enérgico que no es seguido por Dohm, quien se mueve por el fondo del escenario de forma lenta, pesada. Lleva una bola en la parte posterior de su cabeza que le hace mirar hacia el piso y poco a poco va recorriendo todo el espacio mientras que las luces se van haciendo más presentes permitiéndonos ver todo un conjunto de bolas que parecen estar suspendidas en el aire, como una maqueta de un sistema solar. Otras están en el piso. El bailarín va bajando los brazos hasta moverse en cuatro extremidades. Se acerca cada vez más al suelo moviéndose casi a rastras. 

El tiempo, el espacio, la materialidad, lo efímero, lo estructurado, lo libre, son elementos en los que Dohm, además de intérprete, director artístico y escenógrafo, nos hace reflexionar en Raum-Zeit, con una serie de esferas y mucha arena. El intérprete parece dejar de luchar contra aquello que lo oprime. Toma la bola nuevamente y esta vez la pone a girar. De su interior sale arena que en su trayectoria va formando un círculo en el piso, círculo que se dispone a seguir remarcándose de forma cada vez más rápida para luego detenerse. Detiene la bola, luego observa las que están en el piso, juega con ellas, hace malabares, las hace rebotar, dibuja trayectorias con la arena… las vacía. Está jugando con el tiempo y con el espacio. Los manipula a su antojo. Con sus pasos, con su cuerpo, borra las trayectorias hechas y genera nuevas. Y esto lo hace Dohm con una mezcla de instalación, malabarismo deconstruido y performance acompañado con el diseño sonoro de Fabian Laute, que por momentos establece pulsos muy marcados y, en otros, un sonido sostenido.

El tiempo es efímero, así como las formas caprichosas que forma la arena. El espacio es relativo; vacío, parece poder albergar un conjunto de planetas inalcanzables, pero si se observa con detenimiento, esos planetas pueden tomarse con las manos. Con decisión se puede detener el tiempo y hacer girar el mundo.

La meditación de Sísifo


Ana Sofía Camarga

Un programa de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá no está completo sin una noche en Xielo-Gramo Danse, local anfitrión de obras que desafían a la gravedad. Sin embargo, esta noche, el alemán Tobias Piero Dohm se sometió a la gravedad bajo una constelación de bolas blancas aparentemente flotantes pero cargadas con arena. La multitud, de todas las edades, algunos incluso sentados al borde del escenario, contempló en absorto suspenso la aparición de Dohm en el escenario.

El bailarín inicia el recorrido con una bola que balancea con destreza entre su hombro y su nuca. Aunque el público ignora el peso de la bola, al ver a Dohm pasearse agachado en esta incómoda posición, que a muchos hubiera provocado tortícolis, es inevitable pensar en el mito de Sísifo. El apego a la bola, conceptual o práctico, es extendido; aunque esto no limita su interacción con las demás esferas, a las cuales empuja en una danza pendular que deja su rastro de arena en el suelo. Sin despegarse de la esfera, toma otras y expulsa arena de ellas formando caminos serpenteantes en el piso negro. Su danza meditativa recuerda a la práctica zen de rastrillar arena, pero en lugar de dejar un rastro en negativo este es en positivo.

Aproximadamente a la media hora de la obra, algo cambia, sus pasos no son tan controlados, el ennui es interrumpido. Con agilidad toma las esferas y las hace rebotar contra el piso. En una proeza de producción teatral se abre una cascada de arena bajo la cual posiciona su cuerpo. También hace malabarismos de pie con las bolas, y rodando en posiciones felinas. En un instante todo se detiene. Permanece en el piso en contraposto, sosteniendo una de las esferas, girando lentamente, barriendo la arena con su cuerpo. La imagen del cuerpo de Dohm sometido al apego corpóreo a estas esferas es una imagen que recuerda formalmente a la lastimera escultura Can't Help Myself, de Sun Yuan & Peng Yu. Sin embargo, una vez terminada la puesta, el artista indicó al público que para él esto es un ejercicio meditativo que disfruta. Juego, pues, pero también disciplina y rigor.

Diseños arenosos


Ximena Eleta de Sierra

Un escenario de piso negro con bolas blancas de distintos tamaños, suspendidas por hilos casi imperceptibles, aparece ante los ojos del espectador al entrar al espacio de doble altura de XIELO. Con el espacio a máxima capacidad, un hombre de casi 2 metros entra en un círculo de luz y activa el penduleo de una bola blanca suspendida en mitad del espacio iluminado. Esta es la primera de muchas esferas que activará Tobias Piero Dohm a lo largo de su pieza de circo contemporáneo Raum-Zeit, en el marco de la 14 edición de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá. En ese instante preciso que él acciona la bola, como si pusiera a andar el péndulo inerte de un reloj de pared, empieza a escucharse el paisaje sonoro de la pieza que incorpora un metrónomo, que de ese momento en adelante pareciera marcar el paso del tiempo.

Dohm atraviesa el escenario trasero con una bola en su nuca, pasando de hombre erguido a hombre encorvado, a simio en sus cuatro patas, a reptil, en un resumen invertido de la evolución de nuestra especie. Y al final regresa al hombre erguido, que intenta fútilmente alcanzar una bola suspendida que dibuja un círculo sin fin en torno al ser contemporáneo que trata de alcanzar el tiempo pero nunca lo logra, siempre un paso atrás. Luego se acuesta en medio del círculo de luz, balanceando una bola en el costado de su cabeza y a la vez dando vueltas en eje cada vez más rápido, como quien carga el peso de la vida, trabajando hasta el agotamiento, sin evolucionar. 

De allí en adelante, este artista escénico alemán hace un despliegue de su pulido talento de malabarista y del control que posee sobre su cuerpo para lograr balances de hasta cuatro bolas simultáneamente. Dibuja sobre el piso del escenario y sobre el espacio aéreo alrededor de él: con bolas que impulsa como en un juego de petanca y que, al rodar, crean un grafiti sobre el piso con la arena que sale por un pequeño agujero; con otras bolas que lanza al aire, creando dibujos momentáneos con la arena en suspensión; con las plantas de sus pies, que marcan la arena en el piso, como si centenares de personas la hubieran pisoteado; y con sus manos, con las cuales lanza arena con fuerza, cual Jackson Pollock, sobre el «lienzo» negro bajo sus pies. Hacia el final, nos regala imágenes cargadas de poesía cuando en total calma se baña en arena y, por último, cuando la atraviesa, como una barrera del tiempo que lo separa ya sea de su pasado o de su futuro.

Así como Tobias crea, paralela a su pieza de circo, una obra de arte abstracto, con arena clara sobre el piso negro y una constelación de esferas blancas giratorias en el Xielo, nosotros estamos invitados a encontrar las asociaciones y connotaciones de sus acciones con esa arena que él describe como «sensual, simbólica y universal», y a reflexionar sobre el uso de nuestro tiempo efímero.

Juega a ser Dios y lo hace muy bien


Moisés García B.

Raum-Zeit. El título lo dice todo: el escenario lo materializó y el público fue testigo. Muy humildemente, el creador de este arte conceptual, como él mismo lo sugiere, presentó una instalación performativa, danza conceptual. Terminar de ver esta pieza es como concluir un momento muy placentero de éxtasis y explosión de sentidos. Desde ahí, cada quien puede darle la imagen o el recuerdo que prefiera.

En escena, el creador Tobias Piero Dohm, representante alemán en PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, que este año celebra su decimocuarta edición, se adentró en la obra de la mano de un malabarista. Tal vez, en algún momento de su práctica, empezó a imaginar que sus bolas de malabar se movían en cámara lenta y, ¡boom!, como la creación misma, comenzó a deshilar los conceptos más profundos del malabarismo, la gravedad y el espacio-tiempo. Quizás solo jugando, o con la misma suerte que se atribuye a Einstein, llegó a este hipnótico performance en el que explica con luces y arena algunos de los temas más complejos de la física y la filosofía: un hombre que alarga el tiempo con solo su lento caminar. Antes se pensaba que la gravedad era una fuerza y aún hoy se enseña así en los colegios; pero las teorías actuales dicen que es la curvatura del espacio-tiempo producida por una masa. Voilà, aquí tenemos Raum-Zeit.

Todos los ingredientes fueron puestos sobre la mesa y este cocinero, como si fuera Dios, empezó a prepararnos un plato con imágenes de constelaciones en el universo. En la obra (ambiciosa, delicada y razonadamente construida) el creador manipuló el espacio como un ser supremo universal. Increíblemente, lo logró, reiterándolo todo el tiempo, machacándolo ante nuestros ojos con cada pelotita que coloreaba con arena, la arena del tiempo de cada uno de nosotros. Percibimos en la obra una danza que no se atribuye al intérprete, sino al todo; porque él no bailó, pero sí pasó por transferencias de peso y múltiples pliés. El artista no baila, pero el espacio sí: nadie puede negar que las pelotitas blancas, en tensión y calma, danzaban construyendo y reforzando leyes.

Y si la danza precisa de ciertos elementos –aunque este humano, para los más tradicionales, no baile en el sentido conocido, y a pesar de moverse sin técnica aparente–, la arena traza movimiento, las esferas laten con su propio tiempo y él se desplaza. Si, como todo arte escénico, la danza necesita un testigo para existir, este fuimos nosotros; y frente a nosotros, en medio de su propio cosmos, el creador se adentró de manera intrépida en el campo de la instalación, la danza, el teatro y el circo contemporáneos. Dohm cuestiona los límites de la danza ampliándolos con sus increíbles imágenes. Raum-Zeit es una pieza de conceptos, sí, pero con una dramaturgia muy clara y una danza de exactitud sorprendente.

Remolinos de arena y luz


Dionisio Guerra

La sala está llena de esferas blancas. Esferas que flotan en el aire. Esferas dispersas por el suelo. Esferas proponiendo constelaciones. Esferas que esperan ser puestas a prueba. Esferas detenidas en el espacio-tiempo. 

Después de un apagón, un hombre aparece en la sala caminando muy despacio. Cada paso lo descubre un poco. Balancea en su cabeza una de esas esferas. Su pericia tiene lenguaje propio. El cuerpo es el que habla. El cuerpo es quien lo quiere decir. El hombre, el artista Tobias Piero Dohm, malabarea las posibilidades de estas esferas y las presenta al público. Ellas se elevan, rebotan, dibujan sus mundos, impactan entre sí, se iluminan, cambian de propósito, describen un vaivén hipnótico, se hacen polvo. 

Los orbes liberan sus propias estelas de arena y escriben en el piso patrones que activan un mecanismo que ya no podrá detenerse jamás. Un pequeño big bang empieza. Desata un universo armonioso, que a su vez crea otro que lo sustituye, para que inmediatamente uno más potente se imponga, borre lo que ya estaba y nazca uno que tampoco será definitivo. La arena se esparce en la sala de Xielo. Está en la ropa, en el cabello, en las manos y en la cara del bailarín y permanece adherida a su cuerpo. Entonces aparecen nuevas esferas. Los granos de arena trazan en el piso órbitas perfectas en las que el artista es absorbido. Un nuevo plano para mostrar el impacto de estos círculos. Una dimensión adicional del juego. La circunferencia rige el desarrollo de la obra y su presencia detona siempre otros puntos de vista.

El tiempo es circular. ¿Eso nos está diciendo? Desde el techo cae una fuente de arena inagotable que también se convierte en tiempo. Un reloj de arena que se deshace en los dedos. ¿Cada grano de arena es un universo? ¿Y las esferas? ¿Son esas bolas juguetes o el cosmos? ¿Son astros, ojos llorando, cabezas sin cuerpo, tetas lactantes, o los pensamientos del artista?

Raum-Zeit, la obra que presenciamos durante PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, tiene una mezcla interesante de disciplinas. Hay arte, pero también hay ciencia. Tiene circo y poesía, danza y filosofía. Todo está presente a la vez, como una posibilidad de existir en todo momento o en todos lados. ¿Es que la danza no se crea ni se destruye, solo se transforma? 

¡Paren el mundo que me quiero bajar!


Thyrza M. Guerrero M.

Al ingresar a Xielo, espacio dedicado a la danza aérea y contemporánea, el diseñador de sonido Fabian Laute nos recibe con una atmósfera auditiva que parece provenir del cosmos. La escenografía –una constelación de esferas blancas suspendidas– sugiere un sistema planetario en el que el público ocupa un diminuto planeta a la espera de lo desconocido. La sensación es la de observar la Tierra desde Mercurio.

Las luces se apagan y, bajo el efecto de la luz fría de un cenital que delinea un círculo en el piso, una esfera inicia su órbita. Entonces aparece Tobias Piero Dohm, creador, director artístico, intérprete y escenógrafo de Raum-Zeit (espacio–tiempo), obra presentada desde Alemania en PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, edición número catorce. Su andar lento sigue el pulso de la música, mientras una pequeña esfera sobre su nuca simboliza el peso de la existencia.

En un principio, dudamos si estamos ante una instalación, un performance o un acto de malabarismo. Pero a medida que el intérprete dialoga con los objetos, comprendemos que nos encontramos frente a una experiencia que desborda etiquetas. Los movimientos, que se aceleran y desaceleran, evocan el vértigo cotidiano y la imposibilidad de detener el tiempo. De las esferas surge arena: materia efímera que se escapa entre los dedos como los segundos que no vuelven.

El diseño de iluminación de Fabian Bleisch, que alterna luces cálidas y frías que semejan amaneceres y noches, acompaña las variaciones del movimiento y genera atmósferas que transitan entre la calma y el frenesí. El resultado es una composición performativa que integra instalación, malabarismo y danza en un diálogo continuo entre cuerpo, espacio y materia.

Tobias Piero Dohm encarna un cuerpo universal: el de quienes luchamos por seguir el ritmo del mundo sin perdernos en su velocidad. Raum-Zeit nos recuerda que el equilibrio no se alcanza deteniendo el tiempo, sino aprendiendo a habitarlo.

Juego constante de lo efímero

Anays Indira Labrador Rivera

Una vez más la entrada a Xielo está abarrotada, en espera de que nos hagan pasar para ver la pieza de Tobias Piero Dohn, Raum-Zeit. Mientras esperamos, se escuchan risas, voces y conversaciones diversas. Hay saludos, besos, abrazos, reencuentros, que PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá concita cada año en los distintos teatros o espacios alternativos de la ciudad. Son reencuentros con artistas amigos, o simplemente con conocidos de algún taller de danza tomado en ediciones anteriores. Son momentos que celebramos porque la danza nos une una vez más.

Tras ello, nos hacen pasar a la «caja negra» donde habremos de presenciar la puesta y nos ubicamos en nuestros asientos. Se hace la oscuridad, hay silencio. Se enciende una luz que ilumina una esfera blanca que cuelga del techo de la galera. Entra el artista, se apropia del espacio, mueve sutilmente una esfera blanca, como péndulo marcando el tempo. Más esferas blancas guindan del techo, al fondo, y sobre el suelo hay unas luces tenues. El espacio es como un gran lienzo. La música es cautivante, lleva al espectador a mundos mágicos, de ilusión, y se crea la sensación de flotar dentro de una gran cápsula del tiempo.

El tiempo parece detenerse, pero las esferas y la música marcan continuidad. El intérprete se asemeja a un enorme dios o figura espacial que en el lienzo inmenso diseña formas, círculos, líneas, texturas. En ese universo de ensueños las esferas blancas semejan constelaciones que giran en su propio eje. La arena contenida dentro de ellas, ya sea por activación remota o por contacto directo de la deidad humana o espacial, cae, traza círculos de vida, pinta en movimientos disímiles huellas que habrán de ser borradas o transubstanciadas. Pero las esferas también parecen tener el control sobre ese a quien antes hemos percibido como deidad, guiándolo a una enajenante plegaria o, tal vez, a una meditación profunda. 

Raun Zeit es un juego constante, un performance dentro de una instalación en la que el artista de circo contemporáneo Tobias Piero Dohn invita al público a un espacio en constante cambio. A una reflexión de lo presente, lo permanente, lo efímero y lo impredecible. La obra contiene la metáfora del tiempo y el espacio; y propicia un cierto embeleso que nos habla sobre esa calma, esa pausa y esa constante búsqueda del equilibrio en la vorágine de la existencia humana. Sus huellas sobre el linóleo negro son efímeras, pero, en nuestros espíritus, imborrables. 


El universo flotante de Tobias


Stephanie Lee

El espacio Xielo se llenó de esferas blancas. Algunas suspendidas, otras reposando en el suelo. Un paisaje minimalista. Un pequeño universo flotante ante nuestros ojos. La oscuridad y el silencio lo envuelven todo, hasta que una única esfera, ubicada en el centro, se ilumina. La función tiene lugar en el marco de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, que cada año reúne propuestas escénicas donde el cuerpo, el espacio y el tiempo dialogan desde distintas sensibilidades.

Tobias Dorh Piero aparece. Se aproxima a la esfera, la toma y, al soltarla, activa un péndulo y, con él, el sonido de un metrónomo. Inicia el tiempo, y con ese movimiento también cambia nuestra percepción de él. Tobias coloca una esfera sobre su cabeza. Como si contuviera el peso de toda la existencia, se inclina ante ella. Su andar lento nos sumerge en un ritual meditativo. En el trayecto, vuelve a encontrarse con la primera esfera y, en un acto casi mágico, se revela un pequeño orificio por donde comienza a deslizarse arena: la arena del tiempo. Sin perder el equilibrio de la esfera sobre su cabeza, toma la segunda y procede a dibujar un gran círculo, confirmando que nos adentramos en el territorio de lo temporal, de lo cíclico.

Comienza entonces una serie de equilibrios con la esfera que lleva sobre sí. Al liberarse finalmente de su peso, levanta la mirada y observa las demás esferas suspendidas en el espacio. Una a una las lanza, y cada lanzamiento produce un patrón distinto. Sin darnos cuenta, Tobias dibuja ante nosotros una suerte de mapa efímero, donde, pese a su cuidado, al desplazarse es imposible no dejar huella. En un momento, queda suspendido con una esfera en su abdomen y vemos cómo un hilo de arena empieza a caer del cielo. El tiempo se acelera. Tobias lanza, atrapa, gira, en un sutil crescendo de malabares.

El paisaje sonoro de Fabian Laute lo acompaña magistralmente, sumergiéndonos en ese universo de metrónomos y vacíos. Ahora rodeado por el cúmulo de esferas, Tobias comienza a devolverlas a su lugar, a suspenderlas nuevamente en el espacio. Silencio. Todo flota. La luz revela un pequeño sistema de esferas que, al ser activadas por él, empiezan a gravitar a su alrededor. En una mezcla de juego, placer y goce, Tobias viaja por el espacio lanzando sus esferas mientras el reloj de arena no se detiene. Las esferas suspendidas también se agitan y dibujan sus propios círculos en el aire, provocando una especie de ballet cósmico ante nosotros. Una cortina de arena cae y, en su interior, Tobias se desvanece, absorto en el juego.

Solo queda el espacio y la contemplación de lo que fue, de lo que es, y esa certeza de que, por más efímeras que parezcan nuestras vidas, es precisamente la acumulación lo que deja huella. Raum-Zeit: espacio y tiempo, el cuerpo orbitando entre ambos.

Señales sobre el lienzo del reloj galáctico


Alex Mariscal

En el espacio grisáceo de Xielo, el hogar de Gramo Danse, cuelgan una multitud de esferas blancas de diferentes tamaños, y otras reposan sobre el piso. Sobre esa atmósfera se integra el compás de una sonoridad digital que se repite indefinidamente. La sensación de un reloj de cuatro tiempos, y el tempo ralentizado del ejecutante alemán Tobias Piero Dohm, que en su pieza Raum-Zeit avanza casi en cámara lenta sosteniendo una esfera sobre su nuca, me hace imaginar la densidad del tiempo en el infinito de las galaxias. El espacio, el color del cemento rústico, la luz fría, el linóleo negro y las esferas blancas llenas de arena, que al ser dinamizadas por el ejecutante dibujan sobre el piso círculos y elipses, enfatizan una dimensión temporal indefinida. En esa atmósfera un individuo simplemente se divierte con las esferas que parecen multiplicarse como una constelación.

¿Qué puede leerse más allá de la acción concreta del gozo de un malabarista con esas esferas de arena bajo el firmamento? ¿Qué me transmite este concreto y, a la vez, complejo acto performático, en el que no hay pretensiones efectistas de virtuosismo, sino el sencillo gozo de malabarear? Simplemente que –mientras un individuo disfruta, dejando que sus esferas hagan trazos circulares sobre el piso, y las luces, en contrapicado, reflejan sombras que forman otras galaxias en el hueco infinito del universo–, el individuo es atrapado por la arena, y él solo puede hacer marcas temporales sobre la superficie de ese desierto de partículas que el universo es. 

Cada uno, sus respuestas


Nicole Navarro

Esferas blancas suspendidas e inmóviles desafían la realidad física tal como creemos conocerla. Sonidos atmosféricos envuelven el ambiente como si el tiempo hubiese sido detenido. Ha sido creado un nuevo espacio/tiempo en la encapsulada galera de Xielo, que se prestaría como escenario para la obra de Tobias Piero Dohm en PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá. 

Dentro de este cosmos, donde la materia parece aligerarse, el foco de luz se atenúa y a mi lado pasa el creador e intérprete alemán para acceder al íntimo escenario alternativo. Y, como en el relato del Génesis, en su contacto con la Gran Esfera crea el tiempo. De sus manos proviene la creación, y la energía ejercida activa un péndulo que ahíja el tiempo, mientras la música gotea en segundos. Tal Adán curvado por el peso del destierro, el intérprete carga con un peso que lo mantiene doblegado. Entre movimientos, la arena se vuelve otro intérprete y comienza a expresarse en finos hilos que sueltan las esferas. El tiempo marca los pasos del ejecutante, y sus pasos, el tiempo.

El péndulo se transforma en espiral. Los granos blancos dibujan un círculo en el piso a su alrededor que lo atrapa, lo embriaga, lo domina. La aceleración sostenida causa un trance. El cuerpo parece entrar en el dominio del espíritu del tiempo junguiano, fijado únicamente en contextos. Este loop parece infinito hasta que se detiene e inicia una transformación disruptiva. Un romance de equilibrios estáticos. En un acto de liberación, el intérprete crea un estado de armonía y fluidez. Explora sus posibilidades cual neandertal frente al fuego. Malabarea en perfecta composición las esferas blancas pequeñas que conforman el universo escenográfico. Y, al proyectarlas en un ángulo de giro exacto, generan un conjunto de ondas radiales en el aire que serían de otra manera prescindibles para el ojo. Lo que hace cuestionarnos: ¿cuánto pasa así continuamente que no vemos?

La liberación del intérprete no es lineal; es una danza dual entre liberación y captividad. Fluctúa entre encuentro y desencuentro. El péndulo oscila, su cuerpo cae y sobre él se precipita abundante materia en cascadas de arena, y con tal símbolo se apela a un vínculo superior. 

Erguido, Tobias mueve las esferas y las coloca en su lugar. Repleto de arenilla, eleva cada esfera a la frente y mira hacia arriba. ¿Tregua o comunión? No lo sé. Pero esta es la tarea brindada exquisitamente por él con su obra: permitir que el espectador pinte sus propias respuestas dentro del marco creado con Raum-Zeit.

Alfabeto de arena


Joaquim Noguero 

El arte es pasar mucho frío, dice el dicho, el chiste, la broma, no sé. El frío de no saber, y hurgar en la herida de esta búsqueda deseada, anhelante e imposible. «El deseo es pregunta cuya respuesta no existe», sugirió un día Luis Cernuda en uno de sus poemas, para repensárselo enseguida y corregir el verso con un «El deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe», mucho menos concluyente, que lo abría al futuro. Si no existiera, para qué buscarla. Somos deseo inserto en la inmutabilidad del tiempo, materia con hambre de trascendencia, arena que se nos escurre entre los dedos «como lágrimas en la lluvia», ya saben. 

El arte es siempre este estado de retención de la mutabilidad: congelar en matérico, en materiales concretos, la materia inasible del cosmos que nos ignora, mudo, y ocultar el esfuerzo, la intervención: un simple intento de convertir en mapa humano (en alfabeto topográfico que nos cuenta) el universo todo. No hago poesía, no se engañen. Solo intento explicar de forma lo más precisa posible la atmósfera poética con que Tobias Piero Dohm lanza la piedra con la que rompe la cuarta pared del público y la habilidad con que oculta la mano todo el tiempo. El arte escénico es artesanía, y aquí, cual manipulador de títeres, cual negro artífice del teatro de sombras, el intérprete se convierte en un material más, integrado al mapa de arena que construye. Lo que debería ser un acto de control deviene fusión natural, convertida la pieza de danza en una instalación visual performática tan sensual como un organismo vivo. La danza y el teatro son espacio y tiempo, tal como titula Tobias Piero Dohm su pieza: Raum-Zeit, espacio y tiempo recorrido, ser en el tiempo, vivido en primera persona, en una puesta que desprende serenidad, como si respondiera al ritmo del metrónomo que el artista ha puesto en marcha al empezar el viaje. Con la arena, metáfora de lo efímero arrastrado por el soplo del tiempo, Dohm construye un paisaje que es el mapa en el que dejar sus huellas, exactamente igual que cualquier otra creación humana.

Sugerente, atmosférico, mágico. Estas eran algunas de las palabras más escuchadas entre los espectadores de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá. Y no debe extrañarnos. La pieza es coreográfica, lo exige; todo llega a su tiempo y en el lugar preciso. Es malabar, como la vida, al fin y cabo. Pero también tiene mucho de acto ilusionista. ¿Por qué la arena? Porque la arena acaricia, porque marca nuestros pasos, porque mide el tiempo, como en los antiguos relojes. Porque delimita el espacio vacío que podemos llamar nuestra zona de juegos (de peques, el patio; ahora, el teatro). Porque, sí, cierto, jugábamos en la arena de pequeños y, como Tobias Piero Dohm, construíamos con ella castillos en el aire. Porque es finita pero incontable, porque cuenta nuestro viaje si escribimos en ella con los dedos o con nuestros pasos; porque desde Hoffmann hasta Neil Gaiman, de Borges a Italo Calvino, nos hemos perdido en el laberinto de arena como en el espacio de la más grande aventura.

Igual que un «prisma» descompone la luz que pasa por él, esta obra de arena descompone las formas del cosmos. Raum-Zeit y PRISMA tenían que encontrarse. Y en Panamá, por supuesto.

La danza respira tiempo


Andrea Puerta Salgado 

Antes de que la danza comience, el tiempo ya nos habita. Cada movimiento, cada sonido, incluso el silencio, es una forma de medir la existencia. En ese umbral entre el ser y el devenir, entre la materia y su disolución, se abre el espacio escénico como un territorio de preguntas. Allí, el cuerpo deja de ser solo cuerpo para convertirse en instrumento del cosmos. En Raum-Zeit de Tobias Piero Dohm, el escenario se transforma en un laboratorio cósmico donde la materia y el tiempo dialogan a través de una coreografía que trasciende el gesto físico. 

Con una esfera en el cuello y la cabeza baja, el intérprete parece cargar el peso del mundo, evocando la imagen de Atlas condenado a sostener la bóveda celeste. Al poner en movimiento la esfera central, que oscila como el péndulo de Newton, la física se transforma en poesía visual: cada impulso genera otro, cada causa tiene un efecto, como si el tiempo mismo respondiera al gesto humano. En esta composición, la danza no representa, sino que revela. El cuerpo se convierte en un mecanismo, una extensión del pensamiento y la materia.

La arena, elemento central de la obra, aparece como una metáfora del tiempo y la memoria. Al salir de la esfera y rodear al intérprete hasta formar una especie de «hoyo negro», Dohm construye una imagen de la entropía, el inevitable retorno de toda forma a la materia. Su cuerpo participa de una ceremonia de disolución; todo es arena que el viento levanta y borra. Esta es simbólica; deja huellas, pero también las borra, como si el espacio respirara.

Cuando el artista juega con las esferas, dibujando trayectorias imprevisibles en el suelo, la obra alcanza un punto de caos creativo. Cada movimiento accidental se transforma en una escritura sobre el suelo, un intento de trazar el mapa invisible del tiempo. Este gesto recuerda a los drippings de Jackson Pollock o al azar controlado del happening de Allan Kaprow: el cuerpo como pincel, el espacio como lienzo.

Cuando Dohm se acuesta y deja que una esfera respire con su abdomen, la materia cobra vida. Su cuerpo y la esfera se confunden, recordando la idea de unidad entre microcosmos y macrocosmos presente en las cosmologías antiguas. Al final, cuando una cascada de arena cae y los «planetas» giran hasta desvanecerse, la obra clausura su órbita. Todo se contrae, el tiempo se apaga y solo queda la respiración del performer como eco del origen.

Raum-Zeit no busca narrar, sino suspender el pensamiento. Es una meditación visual sobre el tiempo como experiencia sensorial, un poema cósmico hecho de arena y gravedad. Dohm logra descubrir, y hacernos descubrir, el lenguaje secreto de los objetos, donde cada esfera respira y cada grano de arena es un instante del universo.

Teoría del rizoma


Jhavier Romero

Cuando Lacan dice que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, suelo imaginar algo similar a la configuración espacial propuesta por Tobias Piero Dohm en su pieza Raum-Zeit. Es decir, un espacio mental donde los símbolos son colocados en una situación relacional pero sin que ese vínculo determine o concrete un significado unitario. De ese modo, podemos ver un conjunto de esferas blancas en distintas áreas del escenario. Unas cuelgan en soledad como soles de hielo, otras en grupo como constelaciones, algunas más han sido colocadas en el suelo como monolitos de una civilización extinta. Sin duda, la instalación de Dohm cumple la función de activar e intensificar el proceso de decodificación simbólica en los espectadores.

Creo que este es su primer acierto, y además es la estrategia que sostiene el resto de la puesta. Desde esa imagen primordial (la de los orbes), Dohm desarrolla otras que, en cierto nivel, podrían constituir una trama; pero en otro ahondan la polivalencia de sentido que parece perseguir en la puesta en escena. ¿Y cómo impulsa Tobias Piero esa evolución de su imaginería escénica? Lacan nos dice que es el sujeto el que pone la cadena de significantes en movimiento, y que además este mismo sujeto es producto de esa interacción. De forma análoga, Dohm moviliza los signos de su obra: su cuerpo y sus movimientos tejen conexiones con los objetos y el espacio, y generan nuevas imágenes y nuevos campos semánticos y sensoriales; y, al mismo tiempo, desaparece él como intérprete para darle lugar al sujeto de la puesta. Mencionaré algunas de esas imágenes que se producen por la interacción entre el cuerpo y los objetos:

  1. En el momento inicial, al poner la esfera colgante en movimiento, es como si le diera inicio al reloj del universo. Esta impresión es apoyada por la música, que sugiere un pulso o un metrónomo. Asimismo, no he podido dejar de pensar en las esferas de Newton, incluso en este caso en que la esfera golpeaba el vacío.

  2. Luego de que la esfera-reloj cesa su movimiento, vemos al sujeto aparecer al fondo con una de las bolas sobre la espalda. Por cierta cualidad metonímica, no dejo de ver una versión cosmológica de Sísifo, que en esta versión no arrastra la piedra, sino que lleva un cuerpo celeste de alta densidad gravitatoria sobre la espalda (¿quizás la Tierra?).

  3. El uso de la arena. Con el orbe central parece diseñar una galaxia circular. Con los orbes menores, establece líneas de comunicación entre los diferentes puntos, como el rastro de un cometa que conectará los distintos puntos del universo. La arena remite al tiempo, al mar, a lo inmenso, al polvo estelar, al reloj de arena del universo que tal vez colapse al final del Tiempo y cuyo material se esparza como aquella cortina de arena que, en el desenlace de la pieza, sugiere una cascada que cae silenciosa en lo inconmensurable de la nada.

  4. El uso de los malabares. Según la tradición hindú, Shiva creó el mundo bailando. En la versión de Dhom, el sujeto crea el universo jugando. Una alternativa todavía más hermosa, porque en cierto modo ya el juego en sí contiene no solo la danza, sino cualquier acto creativo. Jugar para crear, como respirar para vivir.

  5. Cuando toca las esferas colgantes menores, y suena como una marimba. La música de las esferas celestiales, las leyes de Kepler y el movimiento de los planetas son conceptos que nos permiten atravesar ese momento.

  6. Al empujar todas las partes del sistema de esferas. Es como presenciar el momento justo en que el cosmos inició su danza. Las esferas danzan frente a nosotros. Dhom logra con elementos mínimos evocar un instante que no deja de ser conjetural para seres que no pueden percibirlo: el movimiento de las galaxias.

  7. El rebote de las pelotas. No rebotan mucho, lo cual preserva la sensación de peso, al chocarlas contra uno de los círculos de arena: se podría pensar que se trata de la colisión de un meteoro.

Ninguna de estas imágenes y sensaciones antes descritas serían posibles si el cuerpo del intérprete no entrara en relación con los elementos del escenario. Sin embargo, sin ser grandilocuente, el despliegue técnico se puede considerar complejo en su ejecución. El constante manejo del peso y el equilibrio para sostener las esferas sobre distintas partes del cuerpo, algunas inesperadas como la boca, así como el uso de malabares de manera sostenida, dan cuenta de un entrenamiento y de una precisión técnica sorprendentes.

Deleuze y Guattari propusieron la teoría del rizoma. Una imagen de pensamiento para explicar cómo funciona el lenguaje. Un rizoma no es una línea recta que conduce a un único significado, sino más bien una especie de circuito semiótico que está en capacidad de conectar diversas realidades en un mismo punto. Considero que la obra Raum-Zeit está articulada de manera similar; en ella convergen elementos de distinta naturaleza. La universalidad de su vocabulario logra eludir el lugar común para entregarnos un segmento del espacio tiempo donde seamos capaces de crear nuestra propia historia en toda su belleza y desamparo.

La fragua universal


Félix Ruiz Rodríguez

La noche del sábado 11 de octubre, Xielo, hogar de la compañía Gramo Danse, se convirtió en la fragua del universo. Ese laboratorio donde se formó la existencia y sus mundos, según diversas cosmovisiones, la literatura y la ciencia ficción. Pero en esta ocasión la conoceríamos de la mano de Tobias Piero Dohm con su pieza Raum-Zeit, presentada en el marco de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá.

Al ingresar al recinto veíamos esferas blancas colgando de cables invisibles. Otras reposaban sobre el suelo. Estaban por todas partes. El público permanecía inquieto y, tras el llamado de la voz en off a silenciar los dispositivos móviles, nos sumergimos en la inmensa oscuridad, mientras que la silueta de un hombre alto y delgado atravesaba el espacio/tiempo. Era Dohm, habitando el recuadro negro donde ocurriría la magia. Una luz moribunda permitía, aún, que se apreciaran las formas de los pequeños astros dispuestos para la performance, así como reconocer al artista alemán al provocar el movimiento oscilatorio de la esfera más grande, que flotaba en el centro, al frente.

Tras hacer pendular esa estrella o planeta, el intérprete se alejó a una esquina donde colocó otra esfera sobre su nuca, con la que morosa, pacientemente surcaría los rincones de la forja de Dios. La creación del universo resultó ser una habitación o espacio profundo, en el que un hombre juega con las arenas del tiempo contenidas en esos cuerpos celestes. Ya Albert Einstein nos había advertido en su teoría de la relatividad que el espacio y el tiempo no son entidades separadas, sino que están entrelazadas y dependen del estado de movimiento del observador. Y nosotros, por nuestra parte, contemplamos quietos y con asombro las órbitas infinitas que generó el intérprete al lanzar las esferas a su suerte. Los espirales de silencio se entrelazaban y trazaban rutas o caminos, trayectos; dibujaban constelaciones y galaxias.

En eso habría logrado su cometido el creador de Raum-Zeit, quien esperaba que las percepciones y conclusiones del público sobrepasaran el concepto sobre el que construyó su pieza. Que descubrieran la capacidad de ver sus propias imágenes y narrativas a partir de la propuesta, que en sus palabras es un work in progress, que incluye malabarismo deconstruido, instalación y performance. Esto último se combina perfectamente con un diseño sonoro a cargo de Fabian Laute y con el diseño de iluminación de Fabian Bleisch, que permiten contrastar las dinámicas invisibles de las relaciones temporales y espaciales. La música y la luz no tienen en ningún momento prisa; todo ocurre en su justa medida, balance y momento. Nos hace sentir que en 40 minutos hemos vivido una eternidad; del mismo modo en que vemos descansar sobre una galaxia a Tobias Piero Dohm, luego de hacer malabares con la creación. 

No puedo dejar de mencionar esa cascada universal al final de la obra. Esos torrentes impetuosos que nos recuerdan que solo somos un grano minúsculo de arena en la inmensidad del raum (espacio), acelerados por lo cotidiano, preocupados por el zeit (tiempo), olvidando que los mortales somos tan solo un soplo.

La prisa que uno decide vivir


Alejandro Schoffer Kirmayer

¿Qué es el universo? Esto es lo primero que me viene a la mente cuando al llegar veo pelotas blancas que pueden simbolizar planetas. En el graderío abarrotado de Xielo, Gramo Danse, el público trata de acomodarse antes de que dé comienzo Raum-Zeit. Desde días previos, las entradas están agotadas.

Sale a escena el artista interdisciplinario Tobias Piero Dohm, director e intérprete de la pieza. Vestido de azul, sostiene una pelota blanca en la cabeza. Otra pelota, elevada en el centro del escenario, se mueve de un lado hacia el otro bajo una luz cenital. El intérprete camina como si de un «perezoso» se tratara, o un anciano que cruza la calle con lentitud. La luz lo acompaña y sigue el recorrido de otras pelotas en espacios y niveles, o tiempos o senderos que se bifurcan como los jardines y laberintos de Jorge Luis Borges.

De las bocinas emana un sonido que podría ser el de un reloj, y me pregunto: ¿Acaso existe el tiempo? Surge otro sonido estruendoso y se alternan. Me dejo llevar por el movimiento, la concentración y los pasos pausados del equilibrista y malabarista. Su corporeidad transita hacia la de un primate, como los de la película 2001: Odisea en el espacio. Con distintas partes de su cuerpo palpa la superficie mientras sostiene una pelota. Avanzada la pieza, de la pelota saldrá una arena blanca, y será una constante en ella. Así, dejará sus huellas sobre la arena que serán pisadas por otras huellas que serán borradas por otras huellas. «La arena es sensual, simbólica, llena de carga», comenta Tobias en el conversatorio después de la obra.

Bota la pelota y la sostiene con la boca, con el estómago, con las dos piernas o el antebrazo. A veces varias al mismo tiempo. Hay un efecto sorprendente de luces y sombras que proyectan lo que pudiera ser la portada de un disco de música. A veces las pelotas se le escapan. Una que lanza sale de escena y golpea levemente uno de los equipos de luces. En su momento, otra amenaza chocar contra una mujer del público cuyo hijo parece levitar en un sueño calmo y profundo. 

Raum-Zeit es una pieza escrita y estructurada donde, sin embargo, siempre queda algo de espacio para improvisar. El intérprete experimenta con la velocidad, el peso y el desplazamiento. Se presentó también por la mañana del mismo día en este espacio alternativo, y en Colón, días atrás, en el marco de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá.

El autor nos pregunta en su página web www.tobiasdohm.com: «¿Podemos resistir la prisa de nuestro globo siempre giratorio?». Yo me quedo pensando y lanzo esta otra pregunta: ¿Cuál es la prisa que uno decide vivir?

Inocencia de niño


Janelle Sibauste

En el marco de PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, el espacio escénico de Xielo nos recibe y poco a poco la gente se va acomodando en sus sillas. Una constelación de esferas blancas espera paciente colgando del techo bajo una luz tenue. Semejan una especie de sistema planetario. El sonido de una vibración neutral se escucha de fondo. Se ilumina el escenario para descubrirnos al artista, quien sostiene una de las esferas y la lanza frente a él. De esta manera el escenario cobra vida. 

Presenciamos la paulatina transformación del espacio que el artista va pintando poco a poco con trazos de arena, mientras nos muestra su profunda consciencia corporal y el control de los elementos. Tobias nos lo comparte con la inocencia de un niño que nos enseña sus juguetes y nos invita a su patio a jugar. A través de unos equilibrios casi imposibles, nos lleva en un recorrido en el que, todopoderoso, crea un universo de arena y esferas blancas que coprotagonizan la pieza. Como Shiva Nataraja, Tobias mueve, crea, destruye, diseña, balancea, reacomoda y expande. Círculos y balanceos, elementos constantes en la puesta, nos remiten a un sentido de conexión total e infinita de las cosas. La escena, acromática y de poco contraste, se equilibra con un movimiento continuo, prolongado, que es repentino rara vez, y placenteramente inesperado. Los sonidos sostienen la atmósfera de manera sutil y respetuosa creando un conjunto armonioso con el todo. 

En Raum-Zeit (Espacio-Tiempo), Tobias nos sumerge en su propia percepción del tiempo y en una especie de trance meditativo en el que empiezas a sentir que la sala completa se balancea de lado a lado. Hasta el punto en que te mueves con ella y bailas junto con las esferas.




Editado por Joaquim Noguero y Salvador Medina Barahona



Ficha técnica ampliada: TOBIAS PIERO DOHM (ALEMANIA) | RAUM • ZEIT - PRISMA

Recorrido iconográfico con fotos de Raphael Salazar















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